Saber realmente qué estamos comprando.
A veces un envase bonito o palabras como «natural», «artesano» o «casero» nos pueden engañar. Leer la etiqueta nos ayuda a saber de verdad qué lleva dentro ese producto.
Evitar ingredientes poco saludables.
Muchos alimentos esconden azúcares añadidos, grasas poco saludables o aditivos innecesarios. Leyendo los ingredientes, podemos elegir mejor y cuidar la alimentación de nuestros hijos.
Controlar la cantidad de azúcar.
El azúcar se esconde en muchísimos productos (¡incluso en los salados!). Mirar el contenido de azúcar por cada 100 gramos nos permite elegir opciones más equilibradas. Idealmente, menos de 5g/100g sería lo más saludable.
Cuidar la salud a largo plazo.
Una alimentación llena de «productos trampa» puede pasar factura con los años: obesidad, diabetes, problemas cardiovasculares… Leer etiquetas es invertir en la salud futura de nuestros hijos.
Fomentar buenos hábitos desde pequeños.
Si nosotros como padres nos fijamos en las etiquetas, nuestros hijos lo verán como algo normal y, poco a poco, aprenderán también a elegir mejor por sí mismos.
Detectar alérgenos o ingredientes no deseados.
Para niños (y adultos) con alergias o intolerancias, revisar el etiquetado es clave para evitar riesgos innecesarios.
Diferenciar entre productos «parecidos».
Dos cereales de desayuno pueden parecer iguales… pero uno puede tener el doble de azúcar que el otro. Leer la etiqueta nos da el poder de decidir bien.
Evitar la publicidad engañosa.
Muchos productos resaltan lo bueno («sin gluten», «fuente de fibra») pero ocultan lo malo (altísimo en azúcar o en grasas malas). La etiqueta completa nos da la foto real.
Aportar seguridad y tranquilidad.
Cuando sabemos qué estamos llevando a casa, nos sentimos más tranquilos de que estamos haciendo buenas elecciones para toda la familia.
Ahorrar dinero en el futuro.
Una alimentación más consciente puede evitar gastos futuros en salud, medicamentos o tratamientos. Mejor prevenir que curar.
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En el etiquetado tenemos dos partes clave: la lista de ingredientes y la información nutricional, generalmente composiciones en macronutrientes, azúcares, fibra y sal y en algunos casos micronutrientes, según el producto.
Veamos un ejemplo de un etiquetado en un alimento “buen procesado” (consta principalmente de ingredientes naturales) y un ultraprocesado (demasiado industrial y alto contenido en aditivos nocivos).
Lee la lista de ingredientes: ¿Tiene más de 5 ingredientes? ¿Aparecen nombres raros o “de laboratorio” (jarabe de glucosa, maltodextrina, estabilizantes, colorantes, conservantes…)? ¡Alerta! Es un ultraprocesado.
Fíjate en el azúcar: ¿Tiene más de 5 g de azúcar por cada 100 g de producto? ¡Alerta! Contiene demasiado azúcar.
Calidad de las grasas: ¿Contiene aceite de palma, grasas parcialmente hidrogenadas o aceites vegetales refinados? ¡Alerta! Grasas poco saludables.
Aspecto nutricional general: ¿Muchas calorías pero poca fibra y poca proteína? ¡Alerta! Calorías vacías sin valor nutricional.
Búscalo así:
En resumen:
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